Una profunda tristeza se instala en el corazón de Eleonora ante la inminente muerte de su madre Francisca; sola, frente a sí misma, es arrastrada por los sentimientos que ha amasado durante tanto tiempo y decide escribir una carta a su hermana Celina anunciándole el cercano suceso. Celina le responde, repitiéndose el acto una y otra vez.
En una acción de profunda sinceridad, van abriendo las grietas de su pasado, y frente a sus ojos ven desgranarse el collar de sus recuerdos, incidentes que para bien o para mal marcaron sus existencias. Desde la memoria empolvada de las dos hermanas, empieza el desfile de personajes y situaciones, como fantasmas que retornan a la vida.
Regresan a su pletórica infancia, al día que detuvieron el tiempo, aparecen en los pasadizos de la memoria sus abuelas y tías; renacen rencores, amores, el universo emocional propio de las mujeres que habitaron la vieja casa y una profunda sensación a vino de ciruelas.
Al final, la distancia y el tiempo, imponen su marca en el indeleble entre las dos hermanas; como una tormenta que se apacigua, queda en el aire la duda en que momento el lector espectador cruza con los personajes al umbral de lo real, para adentrarse a sus mundos.